El otro día, la beba Galván comentaba en nuestra mesa las bondades del marcador permanente utilizado como delineador para cejas, mientras Rogelio y yo hablábamos de negocios en un bar del centro. Es chistoso cómo siempre, en medio de una gran borrachera, la gente habla detalladamente de sus grandes proyectos a futuro. ¿Qué tanta certeza podrá haber en una charla trivial después de la ingesta desmedida de alcohol?, la verdad... quién sabe, pero lo seguro es que dichas habladurías son parte esencial de ese fenómeno necesario que es socializar. A veces hasta hay que esperar turno para proferir alguna sarta de pendejadas (es necesario liberar el alma por medio de la expresión oral, muy larga en algunas ocasiones), y opinar hasta de lo inopinable. No importa el tópico, el chiste es sentirse escuchado. A veces somos tan pequeños. Pero yendo al grano, ¡cuántas cosas puede uno hacer bajo el efecto encantador del dulce néctar de los dioses alcohólicos!: Maldecir desenfadadamente y con singular alegría, con la creatividad de un estibador de la central de abastos (también aplica la de chofer de colectivo); alabar los encantos de las lindas damiselas al pasar, como todo un albañil (que va! como todo un peón! esos muchachos tienen una gran inventiva y luego dicen cada ocurrencia!); agarrarse a golpes sin mayor motivo que el de que alguien nos vió feo... y pelearse como todo un valiente espartano pero, al final, terminar recibiendo todos y cada uno de los madrazos en la cara y hasta con algún diente roto; transformarse en galán después de 7 cervezas y ligarse a la tía más buena del lugar (aunque todos sabemos que ambos están muy lejos de la perfección); después de que todo el alcohol se acaba, volverse el tío rico de la bola de parásitos de sus amigos y derrochar completamente la quincena (bien habida o mal habida, qué más da!... malgastada al fin) pagando otras cuantas rondas; sacar al punk que lleva uno dentro y realizar cualquier cantidad de actos vandálicos en la calle, en propiedad privada o hasta delinquir en nuestra propia casa (arriba la anarquía hogareña!); bailar como Johnnie Baima, en compañía de personajes del mismo calibre (solo faltaría la sombrillita coqueta); hablar de política, fútbol, la farándula y el mundo del espectáculo y todas esas mediocridades de las que uno cree saber todo; disertar sobre Dios y nuestras diferentes teorías sobre el origen de la vida (en el fondo, usted sabe que está por descubrir el hilo negro de todas las cosas en cualquier momento, sobre todo en uno de briaguez); conducir como si nuestro auto tuviera turbinas y/o hasta piloto autómatico con sensor de obstáculos y ultra orientación GPS, para no meterse a calles en sentido contrario y en una de esas, encontrarse a una patrulla de frente. Qué más... uno puede hacer muchas estupideces en ese estado inconveniente. A veces, hay que reconocer que el alcohol le pone cierto sabor a nuestras vacías e insípidas vidas. Pero probablemente ese tan solo es el borroso punto de vista de un servidor (viendo a través de un vaso vacío). Vamos al Cirrosis Bar. ¿Quién se apunta?
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Hace 3 años